las aspirinas cumple 100 años
LA ASPIRINA CUMPLE 100 AÑOS (Gema Sánchez
Navas)
Nunca un
medicamento había dado tanto de qué hablar. Ahora que cumple
100 años,
comprobamos que sirve para muchas cosas de la que indica su prospecto.
No sólo combate el
dolor, sino que puede salvarnos la vida si la utilizamos de forma preventiva.
Sólo tiene que aprender a beneficiarse de ella.
La vida del hombre
actual es más fácil, cómoda y segura que la del más poderoso en otro tiempo.
"Qué le importa no ser más rico que otros si el mundo lo es y le proporciona
magníficos caminos, ferrocarriles, telégrafos, hoteles, seguridad corporal y
aspirina", escribía Ortega y Gasset en “La rebelión de las masas” (1930).
Pero cuando éste filósofo calificó el siglo XX como la era de la
aspirina, no sospechaba que
el umbral del siglo XXI sería precisamente su época dorada. Cada segundo que
pasa, se consumen 2,500 comprimidos en el mundo. En total se han vendido 350
billones de unidades desde que el ácido acetilsalicílico se comercializó en
1899.
Dos años antes,
Felix Hoffmann, un joven químico de 29 años, había recibido el encargo de la
compañía Bayer de sintetizar un compuesto que pudiera competir con el ácido
salicílico (utilizado en esa época como analgésico, antipirético y
antiinflamatorio), y evitar sus desagradables efectos. Además de su interés
profesional, Hoffmann estaba motivado por la artritis reumatoide de su padre,
cuyo organismo no toleraba el uso del medicamento. Cuando comprobó que los
dolores de su padre cedían con el nuevo derivado, describió el procedimiento de
síntesis en un breve formulario el 10 de Octubre de 1897.
Sin embargo, el
hallazgo no impresionó a los responsables de su valoración, que le atribuían
efectos cardiotóxicos (motivados en realidad por las altas dosis que se
administraban). Bayer prefirió volcarse en la comercialización de una sustancia
llamada heroína, y uno de los medicamentos más útiles del siglo quedó olvidado
durante más de un año.
Cuando el producto
fue finalmente aprobado tras los informes favorables de varios médicos, se optó
por llamarle aspirina, pues la denominación química ácido acetilsalicílico
resultaba difícil de pronunciar, se parecía demasiado al ácido salicílico, al
que trataba de remplazar; y no hubiera de ser protegida con una patente frente
a los competidores.
Al principio, se
presentaba en forma de polvo, pero un año después de su introducción en el
mercado, la firma decidió que el polvo casi indisoluble en el agua, podía ser
comprimido en almidón, una alternativa de más fácil distribución y consumo.
A España no llegó
hasta 1922. Hoy cada español toma una media de 17 aspirinas al año, lo que suma
un total anual de más de 650 millones de comprimidos. El nuestro es uno de los
70 países en los que este producto está patentado. En Estados Unidos, sin
embargo, Bayer fue el único fabricante de aspirina hasta 1917. Durante la I
Guerra Mundial, el gobierno norteamericano incautó las acciones de la filial neoyorquina,
basándose en las disposiciones legales sobre propiedades de extranjeros
enemigos. Un año después, salieron a subasta pública y fueron adjudicadas a la
empresa Sterling Products (hoy una división de la Estman Kodak company) por
poco más de 750,000 millones de pesetas al año con el nombre de Bayer. Además,
a medida que la aspirina fue popularizándose, otras empresas estadounidenses
comenzaron a comercializar productos designados con el mismo nombre.
Pero hasta los años
70, nadie se percató de que este medicamento era útil para muchas más cosas de
las que decía en su prospecto. Los más escépticos desconfiaban de que un
producto tan económico pudiera tener tantas aplicaciones, pero las
investigaciones se multiplicaron demostrando sus virtudes.
Ya en 1969, los
astronautas Armstrong, Aldrin y Collins se llevaron a la Luna a bordo del Apolo
11 un botiquín que contenía píldoras para el mareo y para la diarrea, un
estimulante, un analgésico contra el dolor muscular y aspirina.
Esta lectura es una
transcripción del artículo La aspirina cumple 100 años. Un invento redondo, la autora es Gema
Sánchez Nava y fue publicado en la revista Newton, España, Marzo 1999, núm.11,
pp 36-40.
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